lunes, 19 de mayo de 2014

Vivos y colores.

   No eran dos personas distintas caracterizadas por su borrachera de colores y su lado más irracional, que va. Era una, tan solo una. Consumía a la propia felicidad cuando sola se sentía. O sea, siempre. No abandonaba a la alegría por un par de indeseables, ella no era de las que decepciona con los ojos abiertos. Ella solo cerraba el corazón, y aun así tenía el alma embarrada de nostalgias. Parecía poseer un corazón con paredes de cristal; mas solo se trataba de la construcción de un muro que se alzaba hasta unas nubes, tan rojas como el color de sus mofletes.
Era una chica extrovertida a la par que introvertida. Cuesta explicar que el relacionarse con gente, o con personas si me apuras, no tiene nada que ver con el hecho de crear un mundo donde tú eres el único ser con vida que acabará muriendo para dejar al alma libre, divagando por parajes enfermos.
   
   Que no quieran escuchar no significa que no puedas gritar con silencios. Y es que los pobres están infravalorados. Sin ellos no seríamos la mitad de lo que somos, y hablo de silencios, sí. Son un canto a la soledad donde te descubres a ti mismo. Son un llamamiento a las personas que saben escuchar, y prestarles así la atención que se merecen. Son un "no te voy a decir la primera tontería que se me pase por la cabeza, para ti tengo una respuesta mejor". Porque los silencios tienen la astucia de un zorro. Aprendes a respetarlos y no contradecirlos -sé de lo que hablo-. Aprendes a quererlos y a no ignorarlos -incluso llegan a convertirse en imprescindibles-. A veces puedes aprender más de ellos -o con, según se mire- que de un texto como éste. No se necesitan títulos universitarios, másters ni doctorados, tan solo práctica.  

   Por eso, esta chica, a pesar de su cotidiana alegría, era capaz de gritar con silencios lo que con palabras callaba. Todos sus miedos, sus inseguridades, sus complejos -malditos y viejos avispados- y cada uno de sus problemas los guardaba en folios desordenados, datados por falta de abrazos y caricias. Con versos mal escritos era como mejor se entendía. O al menos eso creía decía.


sábado, 10 de mayo de 2014

Paupérrimos.

   Os mata el interés y no las personas. Me mata vuestra falta de empatía y os mata vuestra indiferencia. No me creo a las personas que no tienen instintos asesinos. En verdad no me creo a casi nadie. Mi coraza a veces no me deja respirar y otras le doy gracias de rodillas, como vosotros a vuestro Dios, por no poder desprenderme de ella. Al menos se queda a mi lado, que es más de lo que puedo esperar de la mayoría de personas. Pienso sobre la irracionalidad humana y el suicidio me parece una buena opción ante tanta incomprensión. Después acuden los demonios a debatir sobre la mucha o poca valentía que conlleva este acto. Siempre pienso en las consecuencias, siempre. Al menos cuando no bebo. Os debo tan poco que mejor así. Me debo más de lo que me otorgo -y no hablo de objetos materiales-. Otorgo lo que se me antoja y a quien se me antoja. No me digas lo que tengo que hacer porque saldremos perdiendo, ambos. No me pruebes porque acabaré huyendo.
   Tengo un puñado de excusas que duelen más que las flechas de Cupido. Dejo sonrisas, como si de migas de pan se tratasen, para no perderme por el camino. Aunque no tengo esperanzas de encontrarme. Siento aversión por las mentes cerradas. También cierro los ojos cuando quiero. Odio que os creáis dueños de un mundo libre y penséis que privatizar es la mejor opción. A ver si os privatizan la cara y no os la vuelvo a ver. Ojalá la palabra riqueza solo se usase para hablar de sentimientos y se muriesen los avariciosos, que no los ambiciosos. Y ojalá nuestra ignorancia fuese diluyéndose conforme cambiamos de vida porque no la soporto. Tampoco a la gentuza que no reconoce que lo es. Somos muertos atraídos por la destrucción de lo vivo. Y somos más que banderas, hijos de puta. Y soy yo contra vuestro mundo porque siento un profundo y sincero asco hacia él. Aunque es más que asco lo que hace que se me revuelvan las tripas.
   Vuestra definición de muerte es un lastre para la sociedad, es tal el miedo que le tenéis que no consigo divisar el horizonte. Pero luego bien que os gustan los crepúsculos. Hijos del mal y de la autodestrucción, que no os entierren, que dejarán a la tierra más enferma de lo que está. Y mientras tanto vosotros alimentándoos de la única que os da. Y mientras tanto los medios de comunicación, o de invención, con el botón del pantalón desabrochado porque no les cabe ni un pedazo más de nuestros cerebros marchitados -yo volveré a dejar al mío en capullo para gustarme algo más-. Los encargados de difundir la palabra del Señor, -el vuestro, también- se han adueñado de vuestras carteras y familias. Los políticos son peores que los cuentos de Disney y los banqueros viven en un injusto mundo donde la moda de no hacer bolsillos delanteros a los pantalones no les ha afectado. Se me olvidaba que los diseñadores no tienen ningún interés por las tallas grandes, porque el canon de belleza no es mérito de los que no vemos tan solo la belleza en el exterior.
   España es esa a la que le cantaban el "Antes muerta que sencilla", nosotros corderos que van directos al matadero porque no nos sale de la pata convertirnos en los animales de Orwell, y yo alguien con muchas ideas y casi ninguna clara.

   Qué ganas de culturizarme para poder odiar con más razones. Y de paso, querer a aquél que sepa enseñarme cómo se hace.