Me
enamoré del rincón de pensar en la muerte hace ya mucho. Antes que
Alejandra, antes que el vértigo y las nauseas. Durante las
pesadillas: pequeñas e insufribles torturas que te dejan el alma
como camisa de fuerza.
Las
rejas son los dientes sangrados de aquel que más quieres, moribundo
y sonriente. Y desde ahí todo ha sido un avión que acaba de
despegar con una ala rota y un motor que no late. Todos saben que me
voy a estrellar antes de tocar el cielo, pero tú estás dentro. Tan
dentro que no me importará ascender un poco más y morir en el
intento de llegar hasta el infierno.
Y
mientras todos observan el espectáculo, mis lágrimas dicen que
basta. Que ya basta de sentir que los demás están por encima de mí.
Todos, al fin y al cabo, moriremos antes del momento en el que
vayamos a morir. Yo estoy esperando impaciente a la risa que me viene
siempre que digo siempre, sabiendo que no hay nada eterno. Que todo
es cuestión de esperar a que pase el tiempo es la mentira más fea
que he dejado entrar en mi cama, prefiero eso de darle cera al fuego
y dejar que prenda hasta perder su forma y mi semejanza. El reflejo
es el mejor enemigo del hombre; yo me rompo en los espejos de quien
sueña alto.
Si
tú me dices ven, yo entierro mis pies en lodo y aquí no ha pasado
nadie, salvo mis monstruos.